Ayer alrededor de las cuatro de
la tarde tembló en la ciudad
de Bogotá, un sismo de 6.6 sobre la escala de
Richter y parecía como las escenas que muestran de los temblores o terremotos
en las ciudades de Japón en los edificios altos.
Lo primero que sentí y me causó
sorpresa fue un chirrido en los vidrios de las divisiones de madera, parecía
que se iban a reventar los vidrios, era impresionante y no entendía porque los
vidrios de mi oficina se iban a reventar, luego sentí que el piso vibraba y el
sonido de los vidrios de la división era impresionante.
Cuando miré el panel japonés
como se ladeaba de un lado para otro comprendí que estaba temblando y era más y
más intenso y cuando miré para el lado de la oficina de mi hermano, ví que los
cuadros, los muebles y la oficina misma se movía de norte a sur. Fue un temblor fuerte y largo, impresionante.
Le oré al padre celestial, a la
virgen santísima, invoqué a María Auxiliadora, a los ángeles, a los arcángeles
y a mi papá, a mi papá le pedí que me protegiera porque por primera vez en mi
vida sentí que el bendito piso 12 con todo el edificio se iba a caer, si me
pillaba en el piso 12 grave, en las escaleras grave y en el primer piso
también.
Algo en mi corazón me decía que
tenía que salir del piso 12, fue tan fuerte el movimiento y el pánico de la
gente que me dio miedo y sentí impotencia y le pedí a Dios que tuviera
misericordia de todas las personas, de todos los lugares, de los animales y del
lugar del epicentro porque si en Bogotá se estaba sintiendo así, no me quería imaginar
que estaba sintiendo la gente que estaba más cerca.
Cuando paró, tomé mi mochila,
cerré todo bien y me fui, sentí que
la Madre Naturaleza está reclamando y pidiendo no más atropellos, también sentí
esa fuerza, ese poder, esa energía y que los seres humanos estamos hinchados de
una prepotencia y un orgullo, yo no sé de qué y que elegimos alimentar lo
insano y enfermizo en lugar de alimentar lo positivo.
En medio del temblor tuve una
visión sobre la humildad que debemos tener y lo que debemos alimentar.
Somos carne, somos materia, más
esa dimensión de la carne y de la materia es finita, hay algo más allá, algo
infinito en nosotros que no alimentamos y que descuidamos casi todo el tiempo.
He vuelto a mi parte infinita
por la muerte de mi padre, por su partida, por su trascendencia y he sentido
mucho a mi padre desde ese mundo infinito, sé que se transformó y también sé
por él y por todo lo que he vivido después de su partida, que el amor es lo más
importante.
Ante el poder o fuerza de la
madre naturaleza solo queda tener humildad, conciencia, respeto y compromiso.
Me duele en el alma la muerte
del perrito Príncipe, NO HAY DERECHO. El perrito Príncipe trascendió y está
afortunadamente en el cielo de los perritos.