El viaje duró casi seis horas,
hubo un trancón por una obra que estaban haciendo. Es mi primer viaje en
autobús aquí en España. Los buses son modernos y los conductores manejan muy
bien, despacio y con precaución, nadie va de pie.
Hay
unas flores por todo el camino, son rosadas y blancas, y me han acompañado
durante todo mi viaje, no sé como se llaman esas flores, como en muchos viajes,
no sabemos como se llaman quienes nos acompañan.
Llegué
a las once y treinta de la noche a Granada, por Dios a quien se le
ocurre llegar tan tarde a una ciudad que no conoce? igual me quería ir de
Madrid.
En
Madrid por internet busqué diferentes hoteles, voy con un objetivo conocer la
ciudad y la universidad y saber si puedo estudiar y vivir allí, la experiencia
en Madrid ha sido tan dura que no la soportaría por un largo tiempo.
Estoy
sola, en una ciudad que no conozco, sin amigos, sin nadie conocido, al igual
que cuando llegué a Madrid, por Dios que sensación de soledad, fue enorme.
Lejos
de mi país, lejos de la ciudad de los astros, de mi amada Ciudad de las
Estrellas: Bogotá, enorme y llena de laberintos, lejos de los seres que
quiero, lejos del trabajo que amo, distante de mis compañeras y compañeros
de trabajo, lejos de los y las estudiantes. En Madrid conocí la soledad y
también aprendí que hay que moverse hacer lo que hay que hacer para que no nos
consuma.
Al
igual que en Madrid, en Granada hay ángeles y una chica que vive muy
cerca del hotel me acompaña hasta la puerta del hotel, son las doce de la
noche.
Es
verano y Granada a medianoche está llena de gente, de luces, la
arquitectura de sus edificios es bellísima, es un recibimiento asombroso para
alguien que sintió la realidad dura y cruda del inmigrante en Madrid, hay
algo en esta ciudad que lo capto de inmediato y me atrapa, es amor a
primera vista: me he enamorado de Granada.