No lo puedo creer, me he ganado
una beca y los planetas se han alineado y las estrellas conspirado para
regresar a Granada, viviré tres meses aquí.
Para no perder la costumbre
llegué a las 11 y 30 de la noche a Granada, es invierno. En Madrid al bajar del
avión, no me puse el gorro, ni guantes, ni bufanda, sentía que me daban una
cachetada cada vez que cambiaba de estación en el metro.
Hace un frío tremendo, está
lloviendo, no conozco a nadie, ni conozco la ciudad, no sé donde voy a vivir,
no llevo paraguas, ha llegado a Granada una niña mimada, malcriada y
sobreprotegida de treinta y seis años que nunca ha vivido sola y que además de
su pequeña maleta verde esperanza y su morral del mago, trae un montón de
miedos, cucarachas en la cabeza y enredos en el corazón... sabe, aunque
no sabe como, que algo bueno le traerá, este lugar tan ajeno
y desconocido.
Llego al hotel de la primera
vez, no han pasado cinco meses y no recuerdo bien como llegar, me llegan
pistas, llevo un día completo sin dormir, más diez horas de vuelo despierta,
más el tiempo en Méndez Álvaro despierta, más las horas del trayecto
despierta... y de nuevo el hechizo, la ciudad viva e iluminada... el lugar que
me atrapó, estoy de nuevo en Granada y muy cerca del hotel. Son las doce de la
noche.