miércoles, 23 de marzo de 2011

Las tres primeras semanas

Las tres primeras semanas fueron tremendas por el cambio de horario, - aunque la verdad - dormir fue una excelente y absurda estrategia de escape del AQUÍ Y EL AHORA.

Pasaba despierta toda la noche y a las cinco de la mañana me empezaba el sueño, a las doce del día me levantaba, almorzaba o comía como dicen los andaluces, y luego me arreglaba y me iba a clase de cuatro o cinco horas. 

Casi se me pasa el plazo de poner en orden la matrícula, las fotos, perdí la mañana de tres semanas.

El tercer fin de semana tomé la decisión de tomarme lo que fuera con tal de adaptarme al horario, y una almeriense me dio un sobre de tila, la tila y otro revuelto de aromáticas, que no recuerdo, tan efectivas que el sábado estaba despierta a las siete de la mañana y al fin pude desayunar y disfrutar la mañana de mi querida Granada.

Como llegué con mi equipaje de miedos, mi idea inicial fue que iba a estar de la residencia a la universidad y de la universidad a la residencia y Dios puso un ángel chileno en la mesa de la residencia y todas las noches luego de clase entre nueve y media y once de la noche caminé Granada.

Este ángel estuvo diez días y cuando se fué, me pregunté ¿Cómo carajos me voy a ubicar de día en los callejuelas, callejones y caminos a los que me llevó esta granadina de corazón en la noche? y aunque parezca increíble, me aprendí Granada de memoria y me puedo ubicar por la mañana, en la tarde y de noche, en el atardecer rojo y en el amanecer flamenco de Granada...