domingo, 13 de marzo de 2011

Mi llegada a Granada


El viaje duró casi seis horas, hubo un trancón por una obra que estaban haciendo. Es mi primer viaje en autobús aquí en España. Los buses son modernos y los conductores manejan muy bien, despacio y con precaución, nadie va de pie.

Hay unas flores por todo el camino, son rosadas y blancas, y me han acompañado durante todo mi viaje, no sé como se llaman esas flores, como en muchos viajes, no sabemos como se llaman quienes nos acompañan.

Llegué a las once y treinta de la noche a Granada, por Dios a quien se le ocurre llegar tan tarde a una ciudad que no conoce? igual me quería ir de Madrid.

En Madrid por internet busqué diferentes hoteles, voy con un objetivo conocer la ciudad y la universidad y saber si puedo estudiar y vivir allí, la experiencia en Madrid ha sido tan dura que no la soportaría por un largo tiempo.

Estoy sola, en una ciudad que no conozco, sin amigos, sin nadie conocido, al igual que cuando llegué a Madrid, por Dios que sensación de soledad, fue enorme.

Lejos de mi país, lejos de la ciudad de los astros, de mi amada Ciudad de las Estrellas: Bogotá, enorme y llena de laberintos, lejos de los seres que quiero, lejos del trabajo que amo, distante de mis compañeras y compañeros de trabajo, lejos de los y las estudiantes. En Madrid conocí la soledad y también aprendí que hay que moverse hacer lo que hay que hacer para que no nos consuma.

Al igual que en Madrid, en Granada hay ángeles y una chica que vive muy cerca del hotel me acompaña hasta la puerta del hotel, son las doce de la noche.

Es verano y Granada a medianoche está llena de gente, de luces, la arquitectura de sus edificios es bellísima, es un recibimiento asombroso para alguien que sintió la realidad dura y cruda del inmigrante en Madrid, hay algo en esta ciudad que lo capto de inmediato y me atrapa, es amor a primera vista: me he enamorado de Granada.